«Esta práctica favorece la maduración psicológica del niño por la vía de la acción, en un entorno lúdico, de placer. Es un itinerario de maduración que favorece el paso del placer de actuar al placer de pensar.»

Esta práctica favorece la maduración psicológica del niño por la vía de la acción, en un entorno lúdico, de placer. Es un itinerario de maduración que favorece el paso del placer de actuar al placer de pensar.

Para los niños, actuar es pensar, actuar es ir desarrollando el pensamiento. Todo esto en un entorno de placer, en un ambiente lúdico. Si esto no ocurre, no va a haber un buen desarrollo psíquico.

Está práctica acepta al niño tal y como es y tal y como está. Nos fijamos en lo que sabe hacer, en lo positivo del niño. Lo observamos en su integridad, en su conjunto, a través de su forma de comunicarse, que es el lenguaje no verbal, el lenguaje corporal. Este es su medio para expresarse, para decir cómo está, qué le pasa.

Nosotros, desde la psicomotricidad decimos que los niños se expresan a través de lo que llamamos la Expresividad motriz; cómo se relaciona con el espacio, con los materiales, con sus iguales, consigo mismo, con el adulto, cómo es su expresividad facial, corporal, sus movimientos, cómo representa. Esta expresividad es su medio para expresar el placer, pero también el displacer y el sufrimiento. Y todo esto nos dice mucho de cómo los niños y niñas están en cada momento y cómo son. Es la manera que tienen de mostrarse, de ser ellos mismos.

La acción espontanea del niño, sus movimientos, sus juegos, le permiten irse creando a sí mismo, le ayudan a entender, experimentar su entorno. Piaget ya dijo en su día: “el movimiento es inteligencia”

¿Y qué es el juego?

Ya en el siglo XVI, el filósofo francés Michel de Montaigne dijo, refiriéndose a los juegos infantiles: “Los juegos infantiles no son sólo juegos, sino sus más serias actitudes.”

El juego es actuar. Y actuar para los niños es pensar a través de los sentidos, de las percepciones, de las emociones y de las vivencias de su propio cuerpo; El juego les permite aprender a conocerse a sí mismos, a conocer sus emociones, a relacionarse con los objetos y con el otro.

¿Pero qué más les aporta el juego?:

  • Es una fuente de placer.
  • Les permite la realización simbólica de algunos deseos, que, por otra parte, está prohibido que se concreten en la realidad.
  • Permite la elaboración de la ansiedad del niño que puede tener origen interno o externo.
  • Es un instrumento de control de las emociones intensas y un aprendizaje para solucionar conflictos.
  • Ayuda a elaborar todo el proceso de identificación con el adulto y la identificación psicosexual.

Hace un par de años realicé una sesión de Práctica Psicomotriz para padres y madres de los niños y niñas que acudían a las sesiones de Práctica Psicomotriz Educativa que llevo a cabo en la Escoleta Infantil “El Trenet”. Recuerdo que al final hicimos una puesta en común para ver cómo había ido la experiencia; una madre me dijo que se le había hecho corta la sesión y que acababa de hacer un “insight”: había sido consciente de la importancia que tiene el juego para su hija. Y explicó el siguiente ejemplo: cuando su hija estaba jugando, que podía ser toda la mañana y tenían que irse, la niña no quería acabar, y ella le decía “pero si estás todo el rato jugando”. Y cuando yo avisé que la sesión se acababa, se dio cuenta de lo fundamental que es el juego para su niña, porque ella quería haber seguido jugando en La Sala. Fue consciente de la frase de Montaigne, de que los juegos son las actitudes más serias e importantes para los niños y niñas. El juego para el niño es como el trabajo o un hobby placentero para un adulto.

Objetivos.

El principal, favorecer la maduración psicológica por la vía corporal.

Además están:

  • Ser de comunicación.
  • Ser de creación.
  • Formación del pensamiento operatorio.

Esta práctica tiene un dispositivo espacio-temporal genuino. El trabajo se realiza en un espacio determinado, pensado, La Sala, con un material igualmente pensado y no vale cualquier espacio ni cualquier material.

El material principal son bloques de goma-espuma de diferentes tamaños, densidades y colores. Además de espaldera, pizarra, espejo, y utensilios que permitan que el niño pueda trepar, equilibrarse, deslizarse, saltar. También usamos pelotas, cuerdas, telas, barreños y cubos de plástico de diferentes tamaños, para poder meterse dentro, para encajarlos entre sí o llenarlos de objetos diversos y poder transportarlos. Y colchonetas de diferentes tamaños y densidades.

Para la fase de representación plástica y gráfica, tenemos hojas de diferentes tamaños, rotuladores, lápices de colores, temperas, pintura de dedo, plastilina, mesas y taburetes para que estén sentados cómodamente, construcciones de madera y cuentos.

El papel del psicomotricista.

Es acompañar al niño; y acompañar es ajustarse a lo que sabe hacer el niño, es compartir, es interactuar sin invadir, ni dirigir. La actitud es de acogida a las emociones del niño: escuchándolas se facilita la comunicación, la disponibilidad y la comprensión hacia el otro. Otra forma importante de estar ante el niño es la mirada positiva, y expresar a través del ajuste tónico-postural, la mímica, la mirada y la sonrisa… el placer que sentimos de estar en La Sala, de compartir esos momentos con ellos.

Y por último, la mirada periférica, muy necesaria para la seguridad de los niños, que permite a la psicomotricista estar al tanto de lo que ocurre en La Sala. Por este motivo la participación de la psicomotricista en las actividades del grupo es muy limitada, aunque sea demandada por los niños, ya que si la psicomotricista participa de las actividades del grupo pierde la visión conjunta del grupo.

¿A quién va dirigido?

Esta práctica se realiza en grupos de entre 6 y 12 niños y niñas. Las edades para la realización de las sesiones son de 1 a 7 años.

La duración de las sesiones es de una hora. Esto puede variar en función de las edades de los niños: en los más pequeños puede ser más corto, en torno a los 45 minutos y en los mayores puede durar hasta una hora y cuarto.

Como conclusión, esta práctica permite al niño ir creándose a sí mismo, sentirse un ser competente, seguro de sí mismo, con la creencia de que el mundo es un lugar seguro.

Llegamos a Mercedes por recomendación de la psicóloga que estaba tratando a nuestro hijo. Recuerdo que en el primer encuentro trasladé a Mercedes mi escepticismo, porque no era capaz de entender el mecanismo por el que un niño de tres o cuatro años podía extrapolar lo que aprehendía de unos juegos en un contexto controlado y completamente distinto de su cotidianidad, para aplicarlo a su vida diaria, a la forma en que se relacionaba con cuantos le rodeaban.

Creo que a día de hoy todavía no lo comprendo en toda su dimensión. Supongo que, en general, atribuimos al aprendizaje una connotación fundamentalmente racional y dejamos de lado o, al menos, no le concedemos una dimensión tan profunda como al desarrollo intelectual, mucho más sistematizado y reglado. Quizás de ahí se deriven los prejuicios que hasta entonces yo había mostrado hacia la psicología. No obstante, nos pusimos en sus manos, confiando en el criterio de quien nos la recomendó, sabiendo que nuestro hijo tenía un problema al que nosotros no éramos capaces de dar solución.

No hicieron falta más que un par de sesiones para que mi escepticismo desapareciera. En seguida comenzamos a observar cambios en él. Cambios muy notorios y positivos, de refuerzo de su confianza, de su seguridad, de su capacidad para afrontar las barreras y los miedos que hasta entonces le habían bloqueado hasta extremos preocupantes. Y con ello pudimos observar cómo, poco a poco, empezó a generar una relación mucho más natural y fluida con su entorno, superando temores que, unos meses atrás, nos habría parecido impensable que pudiera afrontar. Todo un proceso que, de forma paulatina, le ha permitido ser mucho más feliz.

Y, precisamente, de eso se trata: nuestro hijo hoy es feliz. Tiene los mismos problemas que pueda tener cualquier niño normal. Ni más, ni menos. Y los afronta con la misma normalidad que el resto de sus compañeros y amigos. Es feliz. Tan feliz como pueda serlo cualquier niño. Y en ello, sin duda, tiene mucho que ver el trabajo que realizó Mercedes. No se me ocurre nada mejor que decir de alguien.

Curro, padre de Teo.

Cuando vi los resultados de las sesiones de Mercedes en el hijo de mi primo, tuve claro que la psicomotricidad sería una asignatura obligada para mi propio hijo. Mi primo no daba crédito a la evolución de su hijo, solamente tras las primeras sesiones, a las que acudió sin convicción alguna por indicación de la psicóloga del centro; de ser un niño retraído que prefería jugar solo en un rincón, pasó a adquirir confianza en sí mismo y a relacionarse con los demás en sus juegos.

Mi hijo mayor empezó a andar pronto sin haber gateado antes, y yo creo que es por eso que sus caídas eran muy habituales y casi siempre sin parar los golpes. El pobre siempre llevaba la frente llena de chichones… Por eso tenía claro que le sería de gran ayuda acudir a las sesiones de psicomotricidad, un espacio en el que de manera lúdica ejercitara mejor su cuerpo. En las sesiones, él “se podía probar”, ya que el material hace muy segura la práctica de saltos, deslizamientos, etc.

Para mis propios hijos las sesiones han supuesto un espacio en el que relacionarse y en el que probar sus posibilidades de una forma divertida y fuera de peligro.

Clara, madre de Albert y Pau.

Somos padres de una nena de cuatro años y decidimos que a los dos años fuera a psicomotricidad con Mercedes para que durante unas horas a la semana se encontrara en un espacio seguro y estimulante en el que dar rienda suelta a todas sus ganas de moverse, de saltar, empujar, escalar, tirar, rodar, subir, bajar y afianzara con ello sus logros de movimiento, sintiéndose cada vez más autónoma y segura.

Al ver que lo que esperábamos se producía y la alegría que le dan las clases con Mercedes, su hermano ha empezado a recibirlas con año y medio.

Recuerdo especialmente cómo, en una clase abierta, subida a lo alto de cuatro colchonetas nos miró orgullosa antes de lanzarse a la colchoneta que la esperaba enfrente en el suelo.

María, madre de Una y Pol.

Tania, nuestra hija, era un poco miedosa en las actividades «físicas». Eso se le notaba tanto jugando como en los parques, atracciones, etc. También era un poquito patosa. Pensamos en apuntarla a psicomotricidad por ambas razones. En resumen, se lo pasó muy bien. Tanto, que decidimos seguir con ello después de la guardería.

Hoy en día Tania tiene 7 años y sigue siendo precavida, es su carácter, pero lo justo. Tiene mucho más control sobre lo que puede hacer o no y es una de las mejores de su clase en las actividades físicas. Pero lo más importante es que disfruta haciendo estas actividades y ha olvidado completamente los miedos que le impedían hacerlo.

Salva, padre de Tania.

¡Enhorabuena, Mercedes, por tu página web! ¡Ah, y de paso, ya que estoy aquí, agradecerte de nuevo tu magnífico trabajo!

Lo mío es que ha sido diferente. No buscaba una maestra de psicomotricidad, ni sabía de qué iba todo esto. Has sido tú la que me encontró, has sido tú la que al reparar en los grandes e infructuosos esfuerzos que hacía para despertar en el niño el interés hacia el mundo que le rodeaba y ayudarle en el proceso de maduración y de adaptabilidad, me ofreciste tú ayuda.

En un principio me negué, es cierto, pero tras pensarlo un poco más… total, no perdía nada, quizás ganaba algo. Y, desde luego, nada más ver los resultados, me atreví a pedirte, esta vez yo, que me ayudarás también con la niña. La petición fue aceptada y tras un año de cursos individuales están hechos todo unos críos extrovertidos, sociables y muy amables

¡Decir que eres la mejor, es quedarme corta! ¡¡¡Gracias por hacer maravillas con mis hijos!!!

Micaela, madre de Roberto y Ana.